El Hueco de Medellín más allá de los costos

Por: María Cristina Moncada Taborda

El Hueco es una calle del centro de Medellín en la que se presentan diariamente múltiples situaciones. Es difícil encontrar en la ciudad personas de clase baja o media que no haya ido a ese lugar. Allí han comenzado innumerables historias: de amor, de desamor, de justicia e injusticia… en fin, pero, ¿de verdad hay algo de especial en ese sitio de compras a bajo costo?


Antaño

Son las 11:52 de un lunes como cualquier otro en la Avenida Oriental. Es posible que algunos piensen que a esa hora todo está solo, pero no, Medellín nunca está sola. La ciudad puede ver miles de rostros al día, millones y millones a lo largo de su historia; sin embargo, no ha cambiado mucho: en realidad con distintos rasgos pueden vislumbrarse los mismos problemas de antaño: las mismas situaciones, las mismas miradas de esperanza.

-Aguacates a $1000- dice un hombre ubicado con su pequeño negocio al extremo de la calle. A su lado hay otras cinco personas que también esperan el semáforo para cruzar. Al principio, El Hueco era un lugar por el que pasaban comerciantes que se dirigían al norte del país. Venían a dejar parte de su portafolio de productos y seguían su viaje sin imaginarse que aparentemente este espacio que estaba destinado al paso de vehículos, iba a convertirse en un referente; en una historia escrita con los papiros de otras historias de grupos e individuos. Allí se han construido innumerables familias que viven de lo que venden; tal vez representa en todo caso algo muy importante para muchos: para aquellos que no se exponen y que hacen parte del casi 40% de ciudadanos que viven de empleos informales en Medellín.

Ciudad accidentada

Pueden verse buses, taxis, carros muy lujosos y otros no tanto. Pero, ¿puede ser Medellín un espacio en el que personas viven como si estuviesen dentro de una burbuja; esas que no salen de su carro, su casa y su oficina. ¿Será Medellín así? No, todo lo contrario: Medellín es incluso una ciudad algo accidentada.

11:50 am: después está el Éxito. Al fondo se ve la Estación del Metro. Ah, el Metro, ese medio de transporte tan querido por los antioqueños…

Alba Taborda es una mujer de 58 años que trabajó muchos años en el sector, aunque no en la calle precisamente. Sin embargo, ha sido testigo durante muchos años de la historia del sitio.

-Esto lo ampliaron. Antes era una acera, ahora parece un parque lleno de gente y de negocios- dice ella dibujando el recuerdo de la ciudad en su cabeza.

 

Melodías confundiéndose en la calle

Son las 11:59 am. Al pasar por un costado del Éxito se observa  un parque. Hay allí una pintura colorida; tres personajes se encuentran y un animal ¿Será un puma? ¿un gato? El lugar se llama “Bulevar de San Antonio”. Dos palomas caminan por allí; a ellas no les importa mucho el tráfico o la productividad de los mercados. La gente se ve inexpresiva. El tranvía atraviesa la ciudad. Todos parecen ensimismados. Se escucha Rap y vallenato a la misma vez; de hecho, muchos ruidos se confunden: los autos, grupos o parejas que van conversando, los comerciantes, la música…en fin, el ser humano ha hecho de todo para no sentirse solo y ha huido del silencio que a veces es más que necesario.

Ya son las 12:04 de la tarde. A esta hora la gente sale del trabajo para disfrutar del almuerzo. Se supone que la calle es para los vehículos, pero no: solo se pueden observar los toldos y los comerciantes que en una voz casi desesperada dicen “a la orden” o “bien pueda”. No es posible caminar unos cuantos metros sin oírlos. Quizá ellos no tuvieron a alguien que les sirviera con la amabilidad con la que hoy atienden a sus clientes, sino todo lo contrario. Hay un trabajo de construcción cerca porque se escucha una máquina operando. Aquí es difícil distinguir entre sonido, ruido, música y estruendo.

En El Hueco como en la ciudad, todo se parece

Al inicio de la calle hay un negocio. Es un toldo en el que se venden diarios; desde artículos para estudiantes, hasta las últimas noticias de la farándula nacional e internacional. Es muy común imaginarse solo ropa y calzado, pero no; aquí existe la variedad. Luis Felipe Garzón, un hombre entrado en años de sonrisa resplandeciente y cierto aire aristocrático en el porte, tal vez por la boina marrón, la camisa rosa de botones que luce impecable y esa voz de académico, es el propietario del negocio. “Yo llevo 51 años trabajando aquí, de los cuales 35 han sido vendiendo prensa. Todo ha cambiado un poco, pero me siento seguro” dice él amablemente. La ciudad tiene fama de tener gente cordial y solidaria, y eso es cierto, aunque no se puede negar que, como en casi todo, existen grandes, muy grandes excepciones.

A las 12:10 pm y en el aire suena una melodía de una canción de pop; por su tono puede deducirse que pertenece a la música de los años ochenta. Nadie se conoce como en los pueblos, no obstante, nadie se siente solo. Hay ventas de casi todo; ¿cómo será en diciembre?

Doña Alba Nora sigue conversando:

-En la ciudad todo se parece. En Medellín las calles son prácticamente las mismas- Sí, en todas partes es lo mismo: casi en cada esquina hay un vendedor de minutos de celular y una panadería. Los negocios son muy similares e incluso las facciones de los vendedores.  Antes era muy feo y hasta miedoso. Ahora todo es más organizado y las calles son más amplias.

 

Dinámicas del lugar

Son las 12:15. Ahora solo se ven tiendas de calzado. “Promoción a $35.000”, dice en una, al lado hay otra de $30.000. “Calzado para toda la familia”. El sol es cada vez más fuerte. No parece lunes, bueno, la dinámica de este lugar es distinta. La calle es larga y ancha. Todos caminan sin detenerse ni prestar atención a nada.

Se escucha una canción de Juan Luis Guerra. A propósito, hay una canción de él en la que critica el sistema de salud. Por cierto, aquí nadie parece estar enfermo: todo el mundo se ve regio.

” No me diga que los médicos se fueron, no me diga que no tienen anestesia…”

Aunque por ser un sector popular, podría dar algo de miedo, aquí existe una confianza inquebrantable y es que claro, los comerciantes se conocen y, como es evidente, permanecen unidos. La calle ahora se cubre de sombrillas. Debajo de ellas se siente el calor, pero los rayos del inclemente sol de hoy no penetran. Ahora suena, desde otra parte, una balada. El camino se hace angosto por los negocios.

Han pasado varios minutos: son las 12:27. Liliana Contreras es una muchacha que dice lleva seis meses trabajando en este sitio.

“Yo no tengo miedo de la inseguridad. Todo es muy tranquilo y ladrones hay en todas partes. Hay unos días buenos y otros días malos. Este negocio es muy inestable. La mercancía viene de los proveedores”

Ay, El Hueco…

¡Qué nombre tan particular! Cualquier persona pensaría en un sitio sombrío e inevitable en el que la delincuencia muy seguramente es la protagonista. Pero no, El Hueco de Medellín no es así y eso no quiere decir que no haya inseguridad, porque nunca faltan las personas que se dedican a ello, pero si la humanidad se quedara en esos lunares que empañan el tejido, no podrían verse las costuras relucientes… Así es Medellín, una ciudad llena de problemas, de lunares; sin embargo, al fin y al cabo siempre luce reluciente.

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