Tres ciudades distintas, una Medellín verdadera

 Por: Lizeth Berrío Estrada, Sebastián Arango Molina y Daniel Zuluaga Quiroz

Esa es la Medellín que toca vivir, a ratos opulenta, a ratos miserable, que esquiva la memoria de los abuelos, los problemas sociales y sus posibles soluciones. Pero también una ciudad palpitante que emociona, decepciona y reconcilia como una novia difícil.


Medellín tiene lugares que pasan inadvertidos para los ciudadanos. Con el correr de los días, estos sitios quedan más y más en el olvido y del olvido al abandono no hay mucho trecho. Un recorrido por tres parques emblemáticos de la ciudad es sinónimo de palpar los polos opuestos que pueden existir. Pasar del miedo de la Plazuela Zea a lo familiar y deportivo del Parque Obrero, con escala en el concurrido y diverso Parque San Antonio, es un ejercicio de comprender las dinámicas narrativas y territoriales de la ciudad.

Donde habita el miedo

Hay lugares que fueron el patio de recreo de los abuelos y que ahora no son más que obras anónimas, cuyos únicos dueños son precisamente quienes no tienen un hogar y los adoptan como tal. La Plazuela Zea, ubicada en el centro de Medellín, es una clara demostración de cuánto puede cambiar el ambiente de un sitio sometido el abandono ciudadano y gubernamental, pues hasta los ladrones tienen miedo de pasar por allí.

Olores a excremento, a orines, a ser humano en su más denigrante exudación, tanto, que se desea un poco más de perfume corporal para contrarrestar la fetidez. Cada tres pasos se topa el transeúnte con basura, papeles a montones, sobras de comida, botellas vacías o simplemente, con cambuches que sirven de dormitorios a quienes su hogar confortable les ha sido negado.

Al llegar al lugar se piensa en dos cosas: cuidar la integridad y salir de ahí lo más pronto posible. Desde el momento en que se pisa la plazuela, las miradas se posan sobre el intruso. Se siente observado, analizado al detalle y en cualquier momento alguien llegará por donde menos lo esperas a interrogar, amenazante. Y así pasó.

“¿Se les perdió algo?”, dice un señor de edad, mientras se para lentamente del muro que rodea a la escultura de la plazuela.

El instinto es huir lo más pronto posible de allí, para no engrosar las cifras de robos de la ciudad.

“Oigan, los veo desde hace rato mirando ahí parados, ¿qué necesitan?”. Dos opciones en esta situación: correr o conversar. Lo segundo. Quien hablaba era Javier de Jesús García.

Es un hombre de estatura baja y con limitaciones para caminar por lo que se sirve de un palo en función de bastón. Es su mejor amigo. Dentadura perdida hace años y ganas de conversar, muchas, son algunos de los detalles de Javier, quien está consumido por el bazuco. “Yo tiro bazuco desde que salió, hace décadas, y todos los días vengo acá”, dice. Al escucharlo hablar de la Plazuela y de su historia, se nota que conoce este lugar desde mucho antes que quienes fundaron esto nacieran.

Siempre en el mismo sitio, en la misma baldosa, en el mismo parque.

“¿Es este un lugar peligroso?”, pregunta que se levanta en el ambiente.

“De día no. Solo se ve gente durmiendo. Pero de noche, de noche…. no pasen por acá, que hasta a mí me da miedo”.

Y es que es justamente, peligro es lo que se siente al ver la panorámica de la plazuela. Muchas veces subestimada por ser un lugar olvidado. No hay mejor manera de descubrirlo que despojarse el miedo del prejuicio. Los habitantes de la calle son quienes conocen mejor a la Plazuela Zea y han tomado el lugar como patio de sus casas. Unos duermen, otros fuman; los demás buscan algo que ni ellos saben qué es; ellos forman parte del colectivo de habitantes que no encuentran un hogar y que pueden vivir allí.

¿Por qué se llama Plazuela Zea?

Medellín tiene un detalle que pocos saben, más por ignorancia que por importancia: sus parques y calles llevan nombres de personajes ilustres de la ciudad, que en vida hicieron por ella más de lo que usted o nosotros hemos intentado hacer. Francisco Antonio Zea fue un político de la época de la Independencia, tan importante, que tiene una escultura, hecha en 1935 por Marco Tobón Mejía. Escultura olvidada, sucia y llena de graffitis, pero escultura, en mármol de carrara, material preferido de los escultores antioqueños del siglo pasado.

Es aledaña a la Plaza de Mercados Minorista, camino obligado de rutas de buses hacia Bello y de las que salen hacia el norte del Valle del Aburrá. Rodeada de zona industrial, escuelas de conducción y la avenida Primero de Mayo como unión con el centro de Medellín, pasar por la Plazuela Zea es sinónimo de ver la cara oculta de Medellín, aquella que se ignora, muchas veces, por conveniencia y que a la larga nadie quiere tratar. La Alcaldía solo tiene presencia con un par de baños públicos administrados por una señora que termina su jornada laboral en cuanto el peligro llega. Y los demás, nos conformamos con decirle al taxista, “por ahí no, señor, coja otra ruta por favor.”

Medellín no es solo la ciudad de la eterna primavera, sino que también está llena de contrastes. Verdes contra rojos, sur y norte, El Poblado y Popular, Plazuela Zea y Parque Obrero. Porque sí, también en los parques se puede apreciar las diferencias entre una zona y otra de la capital de la montaña.

La esencia del Obrero

El Parque Obrero, por ejemplo, a diferencia de la Plazuela Zea, es un lugar más cómodo y placentero. Aquí no hay cambuches, sino un gimnasio al aire libre; en vez de habitantes de calle, se está lleno de vendedores ambulantes. Indiferente de la hora, no es raro ver por lo menos varias personas hacer ejercicio, pues tien facilidades para ser recorrido y ser tomado como recinto del deporte.

Su nombre se debe a que allí hay dos esculturas. La primera, de un obrero, con su martillo y cincel, cuyo autor es Bernando Vieco Ortiz, un artista que quedó impregnado de la construcción de los procesos de la identidad urbana y miembro de una emblemática familia de artistas de Antioquia. Fue pionero del art decó en el país, donde, arraigado a su ideología, decidió representar a través de esta figura, la trascendencia de la clase obrera en los años veinte.

La segunda escultura, ubicada en la parte central del parque, proyectada inicialmente como fuente, muestra, como su mismo nombre indica, La Familia, quizá con el deseo de compartir como lo hacen hoy decenas de padres e hijos allí. Eso sí, la palabra fuente solo es de decoración impuesta por el autor Cesar Vila en 1934, pues según habitantes del sector, nunca se ha visto agua, más que la que manda San Pedro desde los cielos.

Bautizado Parque Obrero en honor a esos trabajadores de antaño que se partían el lomo, desde el momento en que salían de casa mientras el sol aún dormía y hasta su regreso al hogar; cuando la luna estaba en reposo.

En base a los diferentes estereotipos en la coyuntura actual, no sería descabellado llamarlo Parque del Ejercicio, pues actualmente se habita una ciudad donde ser corpulento se ha convertido en la última tendencia y este parque es un  excelente escenarios para personas apasionadas por la actividad física y quienes deseen rebajar las “llantas” y “gorditos” que obsesionan a más de uno.

También es visitado por personas de la tercera edad. Recorren este lugar con el fin de contemplar la abundante naturaleza y aire libre que engalanan el interior del parque de principio a fin. Ellos les demandan responsabilidad a los visitantes por los árboles en estado de deterioro.

Es responsabilidad de todos los ciudadanos velar por el mantenimiento de los espacios públicos de la ciudad. En Medellín los lugares son un reflejo de su población. Por ejemplo, existe una zona en la ciudad que representa tanto la memoria histórica de la ciudad; como la rica diversidad que permea al mundo. Es el Parque o Plaza de San Antonio.

Zona de los afros, sitio del sabor

El Parque San Antonio destaca por su enorme plazuela y el notorio diseño de la iglesia que comparte el mismo nombre y se sitúa al costado occidental de este mismo. La Iglesia de San Antonio. Se llama así en honor a San Antonio de Padua. De culto católico, este templo tiene la cúpula más grande de Medellín. Murales y grafitis llenos de color, se aprecian en el parque y son una manifestación de las transformaciones que ha tenido San Antonio.

La corporeidad como expresión de lo humano se evidencia en las obras de Fernando Botero. Por ejemplo, la Venus Dormida, mientras ve hacia el cielo, provoca a más de uno como ella, quisiera quedarse en el parque para ocupar su tiempo libre bocarriba contemplando la inmensidad del firmamento claro y azul.

Pero también tristemente fue una escultura de Botero la que recibió el famoso bombazo: ella guarda en sus cimientos el pasado que la ciudad no ha olvidado y no quisiera repetir.

Un pájaro herido

El 10 de junio de 1995, en medio de una celebración artística algo sonó y no era la voz del cantante o el sonido de la guitarra. Fue algo más fuerte que dejó a más de un Pájaro Herido. Un atentado fruto cual fallecieron 23 ciudadanos y cerca de 100 resultaron heridos.

El incidente no sólo se convirtió en un cruento recuerdo, también, ensombreció un parque que hasta ese momento era lugar de encuentro, reunión y socialización de conglomerados de personas de toda raza y clase social. Tras el trágico accidente, el sector volvió a la normalidad; el sol continuó iluminando las esculturas de la plaza y los fines de semana como de costumbre, muchas personas; principalmente de las clases media y pobre, concurren a la Plaza San Antonio para recrearse, celebrar, leer u observar las palomas.  Nunca se ha sabido con claridad quiénes hicieron el atentado y por qué, puesto es lugar es frecuentado por afros y personas que sirven en el sur de la ciudad.

A pesar del horrendo acontecimiento, hoy los afrodescendientes permanecen en comunidad apropiados del sitio cual pacto social, pues su enclave en pleno centro de Medellín lo convierte en una pieza fundamental de la urbe. Un sitio para ir a jugar, disfrutar de la francachela, conquistar a las queridas o conversar con el señor Alberto, un hombre serio a quien pareciera que la vida ha golpeado fuertemente. Él llegó al Parque San Antonio buscando oportunidades y al día de hoy lleva como vendedor en la localidad 20 años; un fumador que únicamente prende sus cigarrillos con fósforos de madera y que con acento muy costeño comenta: “acá cualquiera pasa bueno”.

La escultura donde fue dejada la bomba se convirtió en una señal de la guerra. Como si hubieran gritado “¡No más!”. El pájaro no se removió, sino que quedó allí, para que nadie olvide lo ocurrido ese 10. Quizá con la esperanza de un mejor mañana, Fernando Botero puso al lado del Pájaro Herido, al Pájaro de la Paz, una obra idéntica hecha en bronce. El motivo por el cual el escultor la donó fue su deseo de exaltar el valor que tienen la esperanza y la concordia para el pueblo colombiano.

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