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La tensa calma del 20 de Julio

El 20 de Julio es un barrio de la comuna 13 y una zona problemática de Medellín, para sus habitantes los muertos y balaceras en una época de su historia eran el pan de cada día. Allí está ubicada la Parroquia las Bienaventuranzas, donde el Padre Héctor Serna se encuentra oficiando misa y quien además es el protagonista de esta particular historia.

Al llegar, el sermón termina y cientos de personas parecen regarse por las puertas del modesto recinto, pero casi ninguna se va, se quedan ahí paradas como esperando algo. Más adelante comprendo que lo que esperan es la bendición del padre, compartir dos o tres palabras con él, y posteriormente irse. Al parecer en las palabras del padre encuentran la calma y son la dosis de esperanza que necesitan para iniciar la semana.

Un rato después, sofocada por la cantidad de gente decido acercármele y decirle que necesito hablar con él, pero comprendo si no puede hacerlo ese día, le pediré una cita. De la forma más amable él me responde que no es necesario, que hablará conmigo en soledad, pero que primero le regale unos minutos.

Aprovecho mi tiempo libre para indagar acerca de la percepción que las personas tienen del padre. Allí conozco a una joven afrodescendiente llamada Karen Moreno, la cual hace parte del grupo juvenil de la iglesia hace aproximadamente 7 años. Hablando con ella me queda la impresión de que el Padre es un ser humano como cualquiera, lo lejos que puede estar de la santidad, su carácter fuerte  ha generado recordación en esta comunidad católica  y gracias a este, ha logrado salvar a jóvenes de seguir en guerra, cegados por la venganza y la rabia para estar cada vez mas cerca del lado de Dios.

El padre Héctor Serna Cardona comienza por contarme cómo es su cotidianidad. Se acuesta diariamente a las 2 de la mañana, se despierta a las 4 de la mañana, ora un par de horas y comienza la primera misa a las 7. Me dice que su cuerpo ya está acostumbrado a ese ritmo y  la oración lo mantiene. En sus pocos tiempos libres le gusta hacer cardio en un gimnasio de la zona y cuando estaba cercano a terminar bachillerato nunca pensó en servirle a la iglesia católica, estaba más enfocado en la carrera militar como el resto de su familia, pero los azares de la vida lo llevaron hasta el momento de esta entrevista.

Las labores que realiza diariamente están regidas por el servicio a la iglesia y a la comunidad. Cuando no está en la Parroquia visita a los habitantes del sector, según él oscilan entre 25 mil. Y el resto del tiempo lo invierte saludando a los diversos combos, o también llamados grupos armados al margen de la ley, quienes controlan el tráfico de drogas y armas en toda la comuna 13.

El padre Héctor me cuenta que ha iniciado un programa con los hombres que conforman estos grupos, para recuperar los valores que han perdido por culpa del conflicto. Él relata que cada semana hace una reunión con ellos en cada sector y además hace talleres de resocialización.

Todo inició cuando llegó a la Parroquia una semana antes de semana santa. Él decidió empezar a generar encuentros con los pandilleros yendo hasta donde ellos estaban y entregándoles camándulas, después les pedía el favor de que en esa semana evitaran propiciar balaceras, para que la gente pudiera asistir a las festividades en la iglesia. Con su iniciativa logró un acuerdo, de no violencia solo por aquella semana.

Después de ese tiempo las personas quedaron muy motivadas por el cambio evidente en el sector. Es entonces cuando el Padre Héctor decide organizar un campeonato de fútbol relámpago, donde invitó a más de 400 jóvenes pertenecientes a los distintos combos de la comuna 13, sin llamar a la policía, sin importar qué tan peligroso podía ser y como premio un marrano para hacer de esta historia algo aún más pintoresco. Los medios locales no se perdieron de nada, y todos estos personajes juntos sin la presencia de la autoridad formaban una perfecta bomba de tiempo.

El día transcurrió en una tensa normalidad, sin muertos ni heridos. El padre lo describió como un plan de Dios que él no hubiese podido llevar a cabo solo. Al finalizar las rencillas quedaron subsanadas y se llegaron a pactar acuerdos tan importantes como la eliminación de las fronteras invisibles y la ubicación estratégica de las plazas de vicio de la comuna para evitar enfrentamientos entre bandas.

Ahora en las navidades ellos elaboran en cada sector los tradicionales pesebres y acompañan las novenas de los niños. La iglesia es la encargada de entregar los regalos y ellos hacen el resto de la gestión.

Cuando termina mi visita ya no hay tanta gente alrededor, solo un par de personas escuchando el relato. Salgo de la iglesia y veo un montón de casuchas y tiendas alrededor de la parroquia, en palabras del padre: “Es imposible pensar en una paz con hambre”. Pero cuando miro todo a mí alrededor pienso que sí es posible manejar una extraña tensión entre el miedo, el hambre y la tranquilidad.

Angie Camargo
Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica Luis Amigó, pasión por la comunicación audiovisual y corporativa. Amante del cine, la buena comida, viajar y del bienestar físico y mental.
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