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Rock de Medellín, historia de avances, caídas y retrocesos

John W Gómez, locutor y productor de Radio Súper, afirma que en Medellín realmente se importa y se retoma música y cultura de otros lados y todo es una adaptación al medio local y a sus posibilidades.


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En 1971 a Medellín se le empezó a llamar “la capital colombiana del rock” y desde entonces hay miles de historias, rockeros y bandas que han poblado, tocado, figurado y desaparecido en la ciudad, arrastrando con ellos a cientos de aficionados, expertos y curiosos que han vivido casi cuatro décadas de rock local.

En el nuevo milenio, afirma  Santiago Arango – director del Festival Internacional Altavoz-se reconfigura todo porque es en los conciertos donde los artistas muestran su talento, donde sustentan sus discos, donde trascienden los espejismos de la tecnología.

Quienes han vivido el cambio, como el poeta y rockero Carlos Patiño Millán, afirman que el rock ha evolucionado “de manera irregular, dispar, dando bandazos, retrocediendo y avanzando, cualificándose poco a poco. El rock todavía es una actividad marginal, pocas bandas viven del cuento, ha intentado hacer parte de una industria cultural fuerte y vigorosa pero más han sido los deseos que las realidades”.

En esta nueva era gracias a las tecnologías los públicos dejaron de ser pasivos y mudaron su papel a activos, gracias a que la Internet empezó a tomar protagonismo y las redes sociales y la web 2.0 comenzaron a facilitar los medios de producción y circulación del rock paisa.

“El público puede incidir en la historia de los artistas, sus canciones, sugerir letras tienen la posibilidad de crear comunidades, ellos son los que ponen esa música a rodar y la pueden internacionalizar”, dice Santiago Arango.

De la pasta a la red

Hay quienes afirman que esto les exige menos a los artistas ya que hace 30 años todo era diferente. La mayor odisea para los rockeros fue conseguir música y grabarla. “Si tiene una pasta -LP- que yo no tenga, le presto música sino…nanay. La pintura fiel de mi mundo”, cuenta Jaime López en el libro La historia de Gp recordando que para la época todo era de ésta forma y que ahora cualquiera puede ser un gran coleccionista con solo entrar a Internet.

Cambiaron los medios de producción, difusión y circulación, ya que los públicos participan de una forma más activa, hacer un disco es mucho más fácil pero personas como Alex Okendo, vocalista de la banda Masacre piensan que “la tecnología es un buen recurso que el nuevo milenio nos ha traído. Hay que saber aprovecharla pero no reemplazará nunca a la creatividad de los humanos”.

El papel del público, activo y participante, no es exclusivo de la edad de Internet. A mediados de los años 80 del siglo XX, en plena efervescencia de los metaleros y los punkeros en Medellín, el rol de la gente fue fundamental para el reconocimiento de las producciones de las bandas, a pesar del rechazo sistemático de las entonces, abundantes, casas productoras fonográficas.

Las bandas tenían que “autofinanciar sus propios L.P. [discos de larga duración], invirtiendo en unas cuantas horas de grabación y mezcla y con tirajes bastante reducidos, que se vendían de mano en mano, por correo o en alguna librería de la ciudad”, afirma Jhon Rodríguez en el libro Medellín en vivo La historia del rock.

                             Imagen de muestra

En los años 90 el fenómeno continuó, nacieron bandas de New Wave (Nueva Ola) que más tarde se convirtieron en grupos emblemáticos para la historia del rock nacional como Ekhymosis, Juanita Dientes Verdes y El Pez y que luego desaparecieron como consecuencia de que las casas disqueras en su intento de producir y amarrar a los artistas rompieron la solidez de las agrupaciones en su intento por controlar el mercado, cuenta Santiago Arango.

Producir y grabar en Medellín

La tendencia comenzó a cambiar tras la puesta en marcha de una política de Estado conocida como “apertura económica” y cuyas consecuencias se apercibieron en la música a principios de los 2000 cuando a Medellín comienzan a llegar equipos de edición, cámaras, tarjetas de sonido más baratos con lo cual crecieron las realizadoras de videoclips y la proliferación de bandas.

Federico López Correa, productor y operador de sonido hace 25 años, cuenta que a principios de los 90 hubo una revolución. “Existían aparatos digitales, pero eran muy caros. Una grabadora de ocho canales para esa época podía costar 80.000 dólares, entre 160 millones de pesos. Alesis sacó una grabadora basada en un casete de VHS que era digital y costaba 1.500 dólares. Eso revolucionó la industria en Estados Unidos y todo el mundo, incluido Colombia”, afirma.

Más tarde llegó el computador personal que transformó el método de grabar: “El estudio clásico de grabación se transformó entre ellos El Pez a estudio especializado en rock”, dice Arango.

Antes de ese fenómeno, los músicos debían grabar en casas de amigos o por el contrario en estudios dedicados a otros géneros. Una de ellas fue Reencarnación “Nosotros grabamos en Raymond Records, en 1988, un disco llamado 888 Metal. Esto era un estudio de música carrilera”, dice Víctor Raúl Jaramillo, vocalista de esa banda longeva.

Por ejemplo, Gp, una de las más famosas de Punk en Medellín a principios de los 90 grababa en casa de su vocalista, Jaime López: “nos sentíamos los mejores y de allí grabamos un poco en algunos casetes, sin afán de hacernos famosos ni de grabar en serio, que no había dónde; ni de proyectarnos en la Internet, que no existía”, recuerda en el libro Gp la historia.

La banda Gp pudo grabar con consolas profesionales a principios de los 90 en una recopilación para recoger fondos para protestar contra la celebración de los 500 años del descubrimiento de América: “nos fuimos para un barrio de Copacabana. Allí en un sótano, estaba una espectacular consola de cuatro entradas que grababa en un casete de cinta de cromo. Una maravilla tecnológica imprescindible con la cual grabó cada banda el tiempo que los productores les destinaron”, dice Jaime López.

“Después llegó el audio digital, que es no lineal, pegado en sectores y con ese recursos se pudo ajustar después de grabado. Ahora la mezcla se hace en un computador se puede corregir hasta que queda preciso”, recuerda Federico López.

Eran pocas las bandas las que grababan, muchas otras nunca grabaron por imposibilidades económicas y solo recuerdan todo esto como una buena época.

Pero otras sí grabaron a finales de los 90 y tuvieron reconocimiento internacional, como Estados Alterados que fue la primera banda colombiana en rotar un video suyo en MTV.

Punkmedallo y metalmedallo

Fue esta impotencia de los rockeros paisas para grabar los discos y la falta de comunicación con los extranjeros como a partir de los años 80 se empezó a formar lo que se llamaría el metalmedallo y el punkmedallo, como expresiones locales de ambos géneros.

Se trata de dos tendencias a las que Federico López califica como de las pocas propias de Medellín y de Colombia. “Antes había poca información de cómo grabar y producir, solo llegaban los discos hechos y la gente tratando de buscar ese sonido de afuera, instrumentos, clases y esa imposibilidad generó una estética”.

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Los músicos eran realmente artesanos que sin preparación musical ni instrumentos profesionales lograron construir música.

Los instrumentos eran hechos de forma artesanal tanto para los metaleros como para los punkeros. Víctor Raúl Jaramillo afirma que “las baterías eran hechas con cueros, radiografías y canecas, si había una buena en un concierto, nos la prestábamos todos”.

Jaime López recuerda el instrumento usado para la época como “una batería tipo banda de guerra, hecha con canecas de desecho y con parches de cuero. Casi una vaca entera usaron. Conocí así el charles, el bombo, los aires y el redoblante, con un artilugio en el centro del bombo que sostenía un disco de banda marcial que sonaba como un balazo”. Artesanía pura y dura, sonido tosco y recuerdos dulces.

Carlos Sánchez y Juan David Márquez escribieron para el periódico El Rockero que “Los punks de la ciudad eran muy primitivos, demasiado agresivos, asociales -que no se integra o vincula al cuerpo social- y marginados”.

La banda Masacre fue formada en 1988. Alex Oquendo afirma que para la época todo se hacía más crudamente y solo había dos salas de ensayo: “La de Luís Emilio y otra, en el centro, pero todos iban a Laureles porque era la más barata”.

Así empezó a crearse entre ambas tribus la filosofía de autogestión, “en ese momento eso era lo que había y así grabamos los primeros discos, con fines promocionales”, añade Okendo.

Medios de distribución

Para la época de los 80 y 90 existían principalmente dos métodos de distribución, uno subterráneo y el otro comercial.

Los grupos de medios masivos como Estados Alterados y Kraken distribuían en emisoras como Veracruz o Disco ZH (la precursora de aquella) apoyados por una disquera con un método tradicional: “La disquera les vendía a los distribuidores Prodiscos y esos a las tiendas y en esa cadena y el artista ganaba menos del diez por ciento del valor final de la pasta vendida al público”, afirma Federico López.

Vicky Trujillo comenzó a difundir rock en español en la Súper Estación a finales  de los 80 con Carlos Alberto Acosta en un programa llamado Radio Pirata –nombre plagiado de las estaciones radiales inglesas que se llamaban así en los 60-, lo cual para la época era novedoso y extraño.

“Al principio era un poco irreverente sonar este tipo de música, las llamadas eran qué es esa bobada quiten eso, pero tres meses después la gente llamaba a pedir esas canciones”, cuenta Trujillo.

El otro método era independiente, el de los metaleros y punkeros, quienes vendían todo lo que hacían por correo e intercambio de músicas. “Me hice algunos amigos metaleros y salíamos por la ciudad, a hacer la revolución, escuchando metal, bebiendo alcohol desconcentrado y, en teoría, compilando más bandas para ser más tesos”, escribe Jaime López.

Rock por carta

La red de correo les funcionó a grupos como Masacre, quienes en el año de 1991 consiguieron un contrato en Francia para grabar y mandar música a Europa. Todo era por cartas que se demoraban más o menos 40 días en recibir la retroalimentación.

Todo se distribuía por medio de cartas, correos e intercambio, “de esa manera fue que logramos conseguir un contrato afuera, abrimos un mercado para nosotros y para la escena de Colombia”, dice el vocalista de Masacre.

Esta misma onda de autogestión que marcó la historia del rock en la ciudad, llevó a que los rockeros de Medellín fueran independientes en lo que decían, hacían y producían y a pesar de que en 30 años hubo grandes cambios tecnológicos, lo que nunca cambiará serán las ganas de seguir “rockeando”.

“Lo que deben entender los medios y la juventud es que esto no es una moda ni una tendencia. Es una forma de existir y pensar. La Internet debe poner a sonar las bandas pero quien lo maneje debe de hacer entender qué están queriendo transmitir con sus mensajes”, indica Alex Okendo.

En la actualidad, “el corazón rocanrolero” sigue latiendo: “El rock en español tiene sus seguidores, si se sigue cultivando el fenómeno, hay público para rato”, sentencia Vicky Trujillo, quien a pesar de no ser músico es uno de los protagonistas de esta historia de cueros de vaca, cueros de papel, noches de rumba y cientos de canciones, propias y prestadas, que es el rock de Medellín.

Ancón, génesis del rock local

En el nuevo siglo lo importante es difundir la música por medio de los conciertos es por esto que se forman festivales grandes como Altavoz. En el año 2005 Gonzalo Caro “Carolo” había decidido reverdecer sus laureles de 1971, celebrando un segundo festival Ancón.

El concierto de Ancón (en La Estrella, en 1971) significó un quiebre histórico, ya que Medellín fue denominada a partir de entonces la capital nacional del rock.

Fausto Panesso escribió para el libro Un quiebre histórico que “el día que la historia desee hablar de esta generación deberá hacerlo de su música, lo demás es accesorio”.

El festival de 2005, por el contrario, no significó un quiebre histórico sino una quiebra histórica, de ahí que el libro dedicado a éste concierto se titulara Festival Ancón Del quiebre histórico a la quiebra histórica.

Quienes fueron al festival del 71 en 2005 ya eran demasiado viejos para aguantar los trajines de un concierto. “Los sobrevivientes, cincuentones todos, ya no fuman marihuana. La revuelven con alcohol y se la untan en las coyunturas para los dolores de reumatismo. ¡Cómo nos cambia la vida!”, escribió el periodista Juan José Hoyos para el libro de 2005 que coeditaron Gonzalo Caro y Jairo Osorio.

La segunda versión estuvo cargada ya no de hippies sino de metaleros y punkeros y era porque ya la otra clase de música había dejado de circular y es por esto que el aspecto de la circulación se vuelve tan crucial en las culturas, porque el que no exhibe no vende el New Wave, el Punk y el Metal en Medellín eso sí lo aprendieron.

Sin embargo, quedó la nostalgia de aquel 1971 cuando Medellín quiso parecerse a Woodstock y los paisas a los hijos del verano del 67 en San Francisco. Desde entonces, ni la ciudad ni su música volvieron a ser los mismos.

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Cibermedio Programa de Comunicación Social - Universidad Católica Luis Amigó
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