Cuatro dias, tres noches...En
Bellavista
Por: Mirella López A
Una
historia que nace a partir de la confusión
de las autoridades y lleva a un hombre a padecer
del encierro en la cárcel Bellavista de
Medellín. Para Carlos García: 'esto
es lo peor que le puede pasar a un ser humano,
no se lo deseo a nadie, estuve cuatro días
y es como si hubiera vivido cuatro años,
definitivamente, es la peor experiencia de mi
vida'”.
A las 7:00 se escuchan la pólvora,
el olor y el humo de la marihuana impregnan todo
el lugar, una camioneta Prado, un Mazda y varias
motos DT 200, llegan paulatinamente. Los carros
sintonizan Latina Stereo. El ron pasa de mano
en mano entre hombres de 20 a 35 años de
edad, quienes esperan la salida de alguien, al
pie de la cárcel Bellavista. De pronto,
todo queda en silencio. Cinco minutos después
vuelve a sentirse la pólvora, ahora en
la parte posterior de la cárcel. La gente
murmura: “que duro irá a salir “,
“esto se va a calentar”, “con
esos voladores allá en los teléfonos
ya le están avisando que llegaron por él”,
“es mejor abrirnos rápido de aquí”.
Tres minutos después vuelven a aparecer
los carros, las motos, el ron, la música,
los hombres y el fuerte olor a marihuana.
El 12 de febrero a las 10:30pm
Carmen Lucía, una mujer caleña de
37 años, fue atracada en la glorieta de
la 35 con la 80 por dos hombres que iban en una
moto roja. El que conducía era de piel
morena, llevaba puesta una chaqueta roja, blue
jeans y casco negro. Carmen denunció esto
ante las autoridades manifestando que le habían
robado el celular y una caja de comida. Las autoridades
iniciaron el proceso regular.
Carlos García, hombre
de 25 años, soltero y empleado de una empresa
de telecomunicaciones, salió de la casa
de su novia Catalina a las 10:30 pm, en el barrio
Calasanz. Se dirigía a su casa en una moto
roja, pero en el semáforo de Colpisos se
encontró con un retén de policías
quienes le ordenaron detenerse y exigieron sus
documentos y, aún sin encontrar nada ilegal,
tan solo se escuchó “suba a la patrulla,
está usted detenido por robo y daños
personales”. Carlos quedó perplejo
y no tuvo más opción que obedecer.
Fue llevado a la estación Carabineros ubicada
en el barrio Boyacá Las Brisas. Al amanecer,
un policía le permitió hacer una
llamada, habló con su madre quien comenzó
a buscar ayuda.
Carmen Lucía llegó a la Estación
Carabineros donde se encontraba detenido Carlos
García, lo observó de lejos y, precisamente,
él cumplía con todas las características
del hombre que el sábado anterior le había
robado. El lunes 14 la fiscal lo acusó
de hurto agravado y calificado, expidiendo orden
de detención para Bellavista. A pesar de
que Carlos siempre negó haber cometido
aquel robo y su familia buscó ayuda por
todas partes, nada de esto impidió que
pisara la cárcel. El martes 15 de febrero
lo llevaron a la penitenciaría.
Lo metieron en salón grande,
al lado de unos 50 hombres, los cuales debían
desnudarse para revisarlos, tomarle las huellas
y revisarle las pertenencias. Luego de la revisión
médica y el corte de cabello, le tomaron
unas fotografías con un número incluido.
A las 6:30 de la tarde pasaron a Carlos para el
patio número 2. Allí los presos
vuelven a desnudarlo y revisarle sus pertenencias,
advirtiéndole quién era el jefe
del lugar. Por fortuna, Juan un conocido lo recibió
y le brindó comida, una llamada, un ventilador
y una pieza con colchón donde García
pasó la noche. El miércoles a las
5:30 am Carlos sintió una luz en su cara
y escuchó unos gritos: “a bañarse,
a bañarse”. Allá no importa
la pena, “se empelota o se empelota”
afirma García. El desayuno es a las 6:00
am y es repartido en el “bongo”. Los
presos extienden un recipiente plástico
para que les sirvan. Luego vuelven a las celdas
y a las 8:30 pasan otra vez los guardas gritando
“contada, contada”. Se trata de contar
los 1100 presos que hay en el patio. A las 9:30,
recibien el almuerzo y cuando terminan deben quedarse
en el patio.
Para todo se necesita dinero,
pues como lo afirma Carlos “si usted quiere
jugar billar, dormir en colchón, alquilar
la pieza, debe pagar. El dinero que manda la familia
no le llega a sus manos, sino a la tienda y allí
se maneja con un programa en el computador, de
manera que usted pide y se lo van descontando.
A las 2:30 pm se reparte la comida en el bongo,
y a las 3:30 pm los guardas vuelven a contar los
presos y los encierran en sus respectivas celdas
hasta el día siguiente cuando vuelve a
comenzar la rutina.
Mientras tanto afuera Beatriz,
la madre de Carlos, continúa las diligencias
con el abogado Elkin Ortiz encargado del caso,
quien opinó, “estas son cosas que
se ven a diario, no se preocupe señora
su hijo fue de malas, pero esta semana lo tiene
de vuelta en su casa”. Por fin, el viernes
a la 1:00 pm le avisaron que en la noche quedaría
en libertad ya que no se encontraron pruebas suficientes
para inculparlo y dictarle sentencia.
A las 7:30, terminado el proceso
sale y se encuentra con su madre abrazándose
efusivamente. Al mismo tiempo se encuentra con
el bullicio, la pólvora, el olor a marihuana,
el ron, la salsa y la alegría que viven
en ese momento las personas que esperan a alguien
que quizás culpable o inocente como Carlos,
forman parte de sus vidas y se sienten emocionados
de volver a tenerlo entre ellos. “Esto es
lo peor que le puede pasar a un ser humano, no
se lo deseo a nadie, estuve 4 días y es
como si hubiera vivido 4 años encerrado,
definitivamente ésta ha sido la peor experiencia
de mi vida”, afirmó Carlos García.

Carlos García, Juan Jaramillo (compañero
de prisión), Elkin Ortiz (abogado), Amparo
Zapata (facilitadora del proceso de libertad)
y Wilmar Guzmán (Agente de policía)

|
 |