Un pasado de hambre y
guerra,un presente de academia y valores
Por: Maria Isabel Quiceno P y
Maria Elena Cadavid R
En la mente colectiva la marca
de la violencia queda intacta. Los imaginarios
urbanos dejan estigmatizado un territorio donde
se encuentran seres con un modus vivendi sin excentricidades,
y una academia empeñada en cambiar la visión
de lo que es denominado sector de guerra y miedo.
Por
obvias razones no es fácil decidirse a
tomar la buseta 060 de Coopetransa en el centro
de la ciudad, sin prever el “paseo de olla”
que nos espera y, aún, sin tener la certeza
de continuar o bajarse en la próxima cuadra.
A cada pasajero se le pretende hacer psicoanálisis,
pero lo que encontramos es al señor característico
de vereda con sombrero y costal al hombro que
no tiene ningún problema en hablarle fuerte
a un conocido que observa a través de la
ventanilla, o al compadre que está sentado
al lado del conductor.
Al dejar el centro de la ciudad,
la vía se comienza a ver desgastada, cada
vez es más angosta y más empinada,
algo asi como una montaña rusa. Las maniobras
del conductor son acertadas, no es de un novato
conducir por una ruta peligrosa donde la impaciencia
no aplica, pues sólo hay una vía
para subir y bajar.
Han pasado treinta y cinco minutos
de viaje en compañía de los bulliciosos
del bus, la estridencia del vallenato y el reguetón
que estamos obligados a escuchar. El bus avanza
y por ningún lado se percibe un ambiente
diferente al de nuestra cotidianidad.
Son las diez de la mañana,
no se escucha el sonido de las balas. Las caras
ocultas tras las capuchas no existen. El morbo
por encontrar condiciones de vida deplorables
desaparece. Los ladrones no están al asecho.
El terror cada vez es menor.
Del estigma a Carpinello
La alegría de los niños
que se dirigen a la escuela Carpinello Amapolita
y el comercio activo, son la carta de presentación
de este asentamiento situado en la comuna Nororiental
de la ciudad de Medellín.
La escuela está en una
comunidad pobre, pero esto no logra empañar
el talento y las ganas de unos niños que
no ven remota la posibilidad de ser médicos,
abogados, artistas, astronautas, cantantes…
La comunidad se está esforzando por propiciar
a los jóvenes un ambiente agradable acompañado
de una buena educación, dejando atrás
un pasado doloroso.
Son muchos los niños que
tienen acceso a la educación. En Carpinello
Amapolita, allí actualmente hay doce grupos:
dos preescolares, dos primeros, dos segundos,
dos terceros, dos cuartos y dos quintos. La mayoría
de sus docentes son licenciados en educación
primaria y están muy comprometidos en dignificar
la enseñanza.
Las Empresas Públicas de Medellín
y la Secretaría de Educación Edúcame-,
el año pasado donaron veinticinco computadores.
En la actualidad todos los niños, desde
preescolar hasta quinto, reciben clases de los
programas básicos, incluido Internet, el
que más disfrutan todos.
Además, la Secretaría
de Educación y Bienestar Social entregan
diariamente 450 almuerzos para los alumnos de
dicha institución, los padres dan un aporte
de mil pesos que se utilizan en el mantenimiento
del gas y para pagar a las señoras que
preparan los alimentos.
Los niños de Carpinello
Carime, es una niña de
11 años que cursa quinto de primaria, es
de contextura delgada y apariencia delicada, deja
entrever la dedicación y el esmero que
le imprime a cada cosa que hace, por eso, es reconocida
en la institución como una de las mejores
alumnas.
“Yo me siento muy orgullosa de la escuela,
siento que puedo ayudarle a los profesores, me
gusta cuidar los niños y ayudarles con
las tareas porque ellos son divertidos y espontáneos.
Me gusta la sala de informática porque
aprendo mucho. La mayor parte de mi tiempo la
paso en la escuela. Me levanto a las seis de la
mañana a ayudarle a mi mamá con
los oficios de la casa y con mis hermanitas que
se van a estudiar. Mi mamá trabaja hace
dos años en la escuela colaborando con
el aseo.” Carime siempre ha vivido en Carpinello,
y recuerda con nostalgia la trágica muerte
de su papá en la época más
violenta del sector. “A mi papá lo
mataron, le dieron siete tiros. Cuando él
vivía no nos faltaba nada, tenía
dos mulas y trabajaba vendiendo materiales, su
depósito se llamaba Hard. Tengo tres hermanas:
Darsin, Marlyn y Catherine, me gustaría
trabajar para ayudarle a mi mamá con la
obligación para que ella no se mate tanto.”
En
la escuela cada niño tiene un proyecto
para mostrar a la gente lo que quiere, siente
y puede hacer. Carime pensó en un parque.
Según ella en los parques hay muchos valores
como la amistad, el servicio, la tolerancia, la
armonía y el diálogo. Su proyecto
es el mundo mágico de los valores.
Luis Carlos, un joven de 15 años
recuerda el momento en el cual sus padres tomaron
la decisión de trasladarse a vivir a Bogotá
por la violencia: “este barrio se volvió
muy duro; por allá yo vivía aburrido.
En Carpinello yo he vivido los mejores momentos
de mi vida, añoraba vivir nuevamente acá.
Regresamos en diciembre, antes mataban mucho pero
ahora ya todo está mejor, no se forman
las balaceras de antes”. “Me gusta
estar en la escuela. En mis tiempos libres prefiero
leer, he leído La Metamorfosis de Frank
Kafka y La Rebelión de las Ratas. “
Feddy Antonio, otro adolescente
del sector afirma que los beneficios de Metro
Cable han sido muchos para Carpinello, se ha desminuido
la violencia, se ha aumentado la seguridad pública
y les ha llegado muchos recursos pues la gente
de Metrosalud les hace revisión odontológica
y oftalmológica.
Los niños no ven como una utopía
el hecho de ir a una universidad ni de conseguir
un buen trabajo para ayudar a sus familias, pero
ratifican que quieren seguir en Carpinello, porque
están felices de vivir allí.
La época “dura”
El profesor Bernardo Arcila y
Huber Calle, el coordinador de la escuela Carpinello
Amapolita, hacen una retrospectiva del barrio
de hace cuatro años. Ellos fueron testigos
de la barbarie a que fueron sometidos los niños
y en general la población que habitaba
el sector.
Según ellos, Carpinello
ha sido una invasión con todos los problemas
socioeconómicos que un asentamiento de
estas características puede tener. Muy
violento, con mucha descomposición social,
con familias en un alto porcentaje mononucleares
(madres cabeza de hogar). En realidad, Uno de
los principales problemas que tuvo este asentamiento
fue la influencia de milicias y paramilitares,
como es de suponer siempre la población
civil estuvo en medio del conflicto.
A cualquier hora del día
era muy normal ver las disputas entre los grupos
que intentaban apoderarse de la zona, que además
es estratégica por su ubicación.
Era muy común ver la crisis de los niños
de la escuela en las ventanas mientras los grupos
en conflicto se estaban dando bala. Esa era la
situación en la institución de día,
en la noche era mucho más grave, los niños
le relataban a uno que esto parecía el
viejo oeste. Contaban sus experiencias de cómo
les tocaba meterse debajo las camas, tirarse los
colchoncitos encima porque las balaceras eran
impresionantes, y como penetraban las balas a
algunas de sus casitas, que eran de madera.”
Las historias cuentan que las
fuerzas del Estado brillaban por su ausencia y
llegaban eventualmente después de que pasaban
los conflictos o en las horas de la noche hacer
los operativos que fueran necesarios, incluso
hubo un tiempo que ni a hacer los levantamientos
de cadáveres subían, era típico
que un cadáver permaneciera uno o dos días
tirado en el vecindario.
“Yo recuerdo que una vez
traje a mi hijo a la institución y quedó
impresionado porque le tocó ver a un señor
que bajaban en un carrito y los pies le colgaban
atrás en la maleta”, afirma un habitante.
Es
de rescatar que la escuela siempre fue respetada
como un sitio neutral. Nunca desde el 2000, ni
antes, hubo intentos de agresión directa
contra la institución. Sólo una
ocasión, el 31 de octubre de 2001, estaban
celebrando la fiesta del niño y les tocó
vivir “la balacera más impresionante
que ha habido en esta zona”, les tocó
esconder a los niños debajo de las escaleras,
donde no había la posibilidad de que ingresarán
las balas y para los maestros era muy triste en
plena época del niño verlos ahí
sentados, abrazados, llorando porque la situación
se presentaba de esa forma.
Hoy, en el ámbito educativo la deserción
es baja. Entre el 2000 y 2001 estuvo por encima
de un 7 por ciento y ha bajado a un 2 por ciento,
que representa a los desplazados que han dejado
la escuela para retornar a sus lugares de origen,
según cuenta Huber.
“Hace aproximadamente un
año y medio aparecieron unas nuevas personas,
las cuales hicieron una limpieza del barrio y
en este momento gozamos de tranquilidad, de paz
y alegría. Actualmente me siento más
seguro en Carpinello que en el centro de Medellín”,
concluye el profesor Bernardo.
Sin embargo, los vecinos de Carpinello
ya no quieren más hechos violentos, ni
venganzas, ni rencores. Ellos desean mejorar cada
día su barrio, impulsar las acciones solidarias
y ver los niños crecer sanos y formandose
para un futuro en paz.

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