Todo por "un verano en New York"
Por: Mónica Patricia Guerra
L
Los colombianos se quejan
del exceso de trámites; los consulados,
de la falsificación de documentos. Lo cierto
es que el tema de las visas, en Colombia, es cada
día más sensible
(Revista Cambio/ Noviembre 2004)
“¿Listos?”,
preguntó Cecilia Ramírez a su familia,
mientras recorría con su mirada el ligero
equipaje que horas antes habían empacado,
tratando de no olvidar ni el más mínimo
detalle para emprender con tranquilidad un viaje
que, sin duda alguna, les cambiaría la
vida. Sin embargo, esa no era la primera ni la
segunda vez que Cecilia viajaba a Bogotá
a pedir la visa norteamericana, sólo que
en aquella ocasión lo hizo en compañía
de sus hijos y su de esposo.
Son las 2:00 de la tarde y pese
a que el bus en la terminal de transporte sale
a las 2:30 pm, sus hijos no llegan. La angustia
la consume y la intranquilidad ante la posibilidad
de que su petición de visa de turista sea
rechazada por tercera vez, altera drásticamente
su actitud. Un silencio ensordecedor envuelve
la casa y las miradas de ella y su esposo, Carlos
Mario Martínez, se concentran en el teléfono
y la puerta a la espera de alguna noticia. Por
fin, un toc, toc, y la incertidumbre de esta mujer
termina cuando ve el rostro de sus dos hijos,
Camilo y Tatiana, visiblemente despreocupados
y desentendidos ante la importancia del viaje.
Un taxi trata de ganarle la batalla
al tiempo que amenaza con dejarlos sin viaje mientras
que en la ventanilla de la empresa Expreso Bolivariano,
anuncian la salida del bus. Aparentemente las
dificultades se convierten en la cuota principal
de la travesía pues a su arribo a Bogotá,
Camilo, uno de sus hijos, empieza a marearse y
siente que el aire le falta mientras la altura
de la capital contribuye a agitar su respiración.
Sin embargo, después de llegar al lugar
donde descansarían, se disponen a realizar
un recorrido por la gran ciudad.
El
día siguiente era el más esperado
y a la vez temido por la familia Martínez
Ramírez, quienes trataron de descansar
esa noche para reponerse del largo y pesado viaje
por carretera. Son las 9:00 de la mañana;
tal y como lo exigen los requisitos, Cecilia llega,
junto a su familia, media hora antes de la cita
programada a la embajada que (al parecer) desde
muy temprano comenzó a congestionarse.
Un tinto parece no calmar el frío y la
ansiedad que produce este lugar, así como
tampoco logra esfumar las esperanzas de la familia
Martínez Ramírez de viajar a Nueva
York a reunirse con sus seres queridos y, por
qué no, de trabajar y emprender una nueva
vida en el “apetecido” territorio
estadounidense.
Son muchos lo latinos que desean encontrar grandes
oportunidades de trabajo en Estados Unidos, país
que, para ellos, es la puerta de entrada a un
mundo de comodidades y bienestar, especialmente
para los colombianos, tanto así como para
soportar las inclemencias del tiempo de la capital
(sede de la embajada) y someterse a numerosas
incomodidades con el fin de obtener un papel que
les sirva para ingresar a tan “codiciado”
país. Según estadísticas
de las agencias de viaje, inscritas en Anato (Asociación
colombiana de agencias de viajes y turismo), Aviatur
sola ha tramitado este año 26.139 visas,
de las cuales 12.265 fueron para Estados Unidos.
Adentro, una sala de espera al aire libre los
expone al variable clima de Bogotá y es
paradójica la situación que se presenta
en aquel lugar, pues aunque siempre está
lleno de gente, la soledad embarga a cada uno
de sus “habitantes”, mientras que
las voces de los cónsules apenas se entienden.
Los nervios se reflejan en las constantes idas
al baño y los sentidos se agudizan a la
espera de un llamado, el más definitivo
y temido por todos.
Sólo una ventana cubierta
por un vidrio blindado, separa al cónsul
del solicitante, a través de la cual se
manifiesta el nerviosismo de quienes aguardan
inseguros pero con la esperanza de que sea aprobada
su petición; y la escasa comunicación,
efectuada a través de un teléfono,
recrea fácilmente la situación vivida
en las cárceles de alta seguridad en Estados
Unidos.
Cuatro
largas horas después, se escucha por el
altavoz el nombre de “Cecilia Ramírez
Agudelo”. Ella, inmediatamente entrega la
papelería requerida a su esposo quien se
dirige con toda la familia hacia la ventanilla
a través de la cual aguardan inseguros
la decisión del cónsul. Uno por
uno empieza a nombrarlos y luego de dar un vistazo
a los documentos se dispone a decirles: “familia
Martínez Ramírez, les doy la bienvenida
a nuestro país….y bastaron sólo
unos cuantos minutos para que la felicidad por
fin se reflejara por medio de una sonrisa en el
rostro de Cecilia, varios minutos después
de que Camilo, Tatiana y Carlos Mario habían
celebrado.
“Yo no podía creer que me estuvieran
invitando a conocer el país”, afirma
Cecilia, recordando que siempre tuvo en su mente
la imagen de las veces anteriores cuando le dijeron:
“usted no es digna de entrar a nuestro país”
y “no podemos permitir que viaje sola a
Estados Unidos en época decembrina, no
mientras deje a su familia sola en Colombia durante
estas fechas tan importantes”. Sin embargo,
y después de tanta espera, dinero y tiempo
invertido, les llegó la recompensa: la
visa norteamericana de turismo por cinco años,
tiempo suficiente para conocer un país
que veinte años atrás recibió
a su hermano.
Aunque al salir de la embajada
se observen rostros que irradian alegría
y otros tantos tristeza y desilusión, lo
único cierto es que la visa americana es
y seguirá siendo un sueño que difícilmente
se hará realidad para miles de colombianos
quienes rehúsan a rendirse ante la prepotencia
de los cónsules y el trajín que
implica la cita, engrosando así, la larga
e interminable lista de personas que van en diversas
ocasiones a pedir una “permiso” para
viajar al país de las “grandes oportunidades”.
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