LA FAMILIA MIRA SALAZAR:
Una Zaga de Antioqueñidad
Vieja
Por: Luisa Fernanda
Cardona A.
La familia Mira Salazar representa
valores familiares que la cultura antioqueña
se resiste a ver desaparecer.
 “Mija,
tengo unos brazos viejos y un corazón joven
para amarte”. Estas son las palabras que
Esneda Salazar jamás olvidará de
Lucas Mira, su esposo, compañero y, cómplice,
quien la enamoró e hizo feliz durante 43
años de vida común.
El 12 de octubre de 1912, en
Santa Rosa de Osos norte de Antioquia-, nació
Lucas Mira Vasco, el menor de una familia de trece
hermanos.
Lucas quedó huérfano
desde niño. En su adolescencia se fue a
vivir al municipio de Gómez Plata más
al norte todavía- en busca de nuevas oportunidades
laborales y, porqué no, en busca del amor
y la consolidación de una familia. Sin
embargo, nunca se imaginó el progreso que
tendría en este aspecto.
A los 22 años se casó
la primera vez. Al cabo de doce años de
casado, durante los cuales tuvo once hijos. Su
primera esposa falleció en el último
parto
Don Lucas se dedicó a
trabajar y una carnicería y una finca cafetera
y lechera son el sustento de la prole. Cuatro
meses después de haber enviudado se casó
con la sobrina de su primera esposa y la fábrica
de hijos comienza a funcionar de nuevo. Tras nueve
hijos, la segunda esposa, también, fallece
en el parto. Era el décimo alumbramiento.
Ambas mueren en el mes de agosto.
Sin
embargo, don Lucas continúa solo el trabajo
para mantener y alimentar a su familia; la carnicería
y la finca no abastecían en su totalidad
las necesidades de sus 21 hijos: once en el primer
matrimonio y diez en el segundo. Obligado a dejar
la finca, decidió apostarle a una tienda
de abarrotes y arremete con ganas en su antigua
carnicería.
Después de dos años
de trabajo y de ausencia de una figura materna,
don Lucas conoció a Esneda Salazar, en
ese entonces una joven que, a los 16 años,
había salido de su pueblo, Carolina del
Príncipe, para irse a Gómez Plata.
A mi no me importó
Esneda es la menor de once hermanos, de familia
conservadora y muy unida. Hasta los 26 años
se dedica al campo y al estudio. Luego, trabaja
como auxiliar de enfermería en el hospital
del pueblo.
“Lucas tenía 56
años y yo sólo 26. A mí no
me importó. Recuerdo que él me mandó
a decir que lástima que fuera tan viejo
y tener tantos hijos. Yo le respondí que
a mi me gustaban los hombres maduros y con experiencia”,
dice, hoy, doña Esneda al recordar el comienzo
de su historia de amor.
A partir de esa respuesta, Lucas
Mira y Esneda Salazar, recuerdan los más
mínimos detalles. “Un día,
yo pasaba por la carnicería y él
me gritó que yo tenía unas yucas
muy buenas”. Doña Esneda, con frialdad
y seriedad le respondió: “ve, vos,
¿Desde cuándo a los grillos les
da reumatismo y a las cucarachas tos?”
Misal,
camándula y chirula
La sentencia de nada valió porque, dos
años después, como dice doña
Esneda, “fue tanto lo que me caminó
Lucas que por fin me perseveró”.
Se casaron, eso sí, sin la aprobación
de los padres de ella ni del cura. A las ocho
de la noche del 19 de octubre de 1961 contrajeron
matrimonio, de libro en mano, camándula
y chirula se logró su unión.
A pesar de las dificultades tuvieron
cinco hijos. “Lucas, no permitió
que yo siguiera trabajando porque yo lo que tenía
que hacer era cuidar a los hijos míos.
Los de él no, porque ya eran todos unos
señores y estaban muy grandes. Además,
como él ya me había topado, pues
a mi me tocó dejar el hospital”.
Don Lucas usó alpargates,
ruana, zamarros y carriel, donde guardaba los
pielroja, dinero, candela, papeles y el revolver,
porque “tenía una colección
de machetes, revólveres y escopetas”.
Él, durante mucho tiempo,
fue un gran bebedor de aguardiente pero un día
decidió dejarlo: “vea, si me tomaba
un guaro, le faltaba una libra de carne a mis
hijos”, sentenciaba.
A sus 92 años, pocos días
antes de despedirse, don Lucas se consideraba
de “buena muela y telenovelero”. Según
su esposa, a él le gustaba ver niñas
en tangas por televisión. “Se para
frente al televisor y se agacha por si puede ver
más”, dice su primera y única
viuda, él que supo tanto de quedarse solo.
Don Lucas era un buen conversador,
cariñoso, tolerante, buen padre y excelente
esposo, tal como lo describe doña Esneda.
Le gustaba cocinar, en especial
frijoles y viudo de pescado. Nunca le gustó
lavar pero, según doña Esneda, “hacía
muy bien los destinos”. En palabras de su
compañera, “pelaba muy bien el revuelto”.
Sus hijos aseguran que su padre
era un buen lector y siempre se le veía
rodeado de niños, maravillándolos
con historias de su vida.
El mejor plato para don Lucas
era el sancocho con carne gorda, porque “la
pulpa no sabe a nada y uno parece mascando bagazo”,
recuerda doña Esneda.
Don Lucas y Doña Esneda
pasaron juntos 43 años. Iban a misa los
domingos y una vez a la semana. Además,
todas las noches, antes de dormir, rezaban el
rosario porque él le repetía a su
esposa: “Negra, ore que la oración
no se pierde”.
Doña Esneda y don Lucas
se consentían mucho y trataron de “darse
gusto”, para lo que, además, contaron
con la ayuda cómplice de sus hijos.
La
familia siempre acostumbró reunirse, entre
hijos, nietos y bisnietos, los sábados
y domingos a almorzar. Cada uno propone la comida
a realizar y en fechas especiales como navidad,
cumpleaños, día del padre y de la
madre entre otros preparan platos típicos
tanto de Antioquia como de otras regiones; los
frijoles, el mondongo, el ajiaco, los tamales,
la mazamorra, entre otros, son la comida preferida
de este núcleo familiar.
Así, esta familia disfruta
la presencia de cada uno, anhelan no perder algunas
tradiciones y tener la capacidad de recordar siempre
aquellos bellos momentos compartidos con su padre.
Don Lucas hace poco falleció
pero doña Esneda aún sigue unida
a su esposo y afirma que es para siempre. Ella
espera que las tradiciones familiares no se pierdan
así don Lucas ya no los acompañe,
porque en vida lo que él más deseaba
era tenerlos unidos

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