UNA SONRISA BASTA
Por: Lizeth Bernal
Son
las seis de la mañana. El reloj ubicado
en el fondo del pasillo marca la hora exacta.
Una mujer con un vestido blanco e impecable se
ve entrando por la puerta principal. El rostro
de tez blanca refleja la frescura de la mañana
y con una sonrisa decide romper el silencio existente
en el corto pasillo. Saluda efusivamente a su
compañera, y le recibe las carpetas que
contienen las historias clínicas de aquellos
quienes vulnerablemente permanecen ocupando las
habitaciones con la esperanza de tener pronta
recuperación.
María Clara es una de
las enfermeras encargadas de la unidad de transplante
de médula ósea, un sector que aunque
se encuentra dentro de Hospital Pablo Tobón
Uribe, permanece aislado de él por medio
de unas puertas que impiden todo contacto con
el resto del centro asistencial.
Quienes ocupan las habitaciones
de esta unidad no son personas contagiadas con
virus extraños, ni mucho menos agentes
contaminantes para la salud de otras personas;
pero sí son enfermos de cáncer,
por lo general de leucemia, linfomas u otros tipos
de cáncer que atacan la sangre dejando
a estos pacientes sin defensas para contrarrestar
otro tipo de enfermedades, y por esta causa requieren
un cuidado especial. Esta es la razón del
aislamiento de la unidad de transplante dentro
del hospital; pues lo que para una persona del
común representa una simple gripa, para
uno de estos pacientes pudiera ser la causa de
su muerte.
María Clara pasa ronda
por cada una de las habitaciones irradiando una
alegría permanente y brindando un saludo
caluroso a cada paciente, cuál si se tratara
de sus familiares o amigos más allegados.
Ellos responden emotivamente a sus gestos, tal
vez pretendiendo olvidar el daño que les
ha causado su enfermedad.
La rutina diaria de la joven
enfermera transcurre entre suministrar suero,
inyecciones, canalizar venas y proporcionar el
medicamento requerido a los pacientes. Pero ella
no sólo les brinda cuidados, sino también
amistad, comprensión y una sonrisa matutina.
¨Yo
tengo 26 años y estudié enfermería
en la Universidad de Antioquia. He aprendido a
amar mucho mi carrera porque es una vocación
que me sale del alma, además me gusta regalarle
a los enfermos la alegría que yo les pueda
brindar, y por eso estudio una especialización
en pacientes terminales, porque siento la necesidad
de darle apoyo a estas personas que atraviesan
los últimos momentos de su vida, para que
reciban la muerte con tranquilidad¨.
En ese instante María
Clara fija su mirada en mí y recuerda:
“yo tuve un paciente muy joven, tenía
28 años, estaba recién casado y
su esposa estaba embarazada. Wilson era médico.
Él padecía una leucemia muy avanzada
y no se le podía hacer tratamiento, únicamente
proporcionarle medicamento para sostenerlo. Con
él fue un caso muy especial porque estaba
consciente de lo que sucedería, entonces,
durante su hospitalización, hicimos videos
y le ayudé a grabar cassettes en los cuales
le hablaba a su pequeño hijo, pues lo que
nunca se conocerían. Y así pasamos
sus últimos días recopilando videos
y grabaciones porque quería dejárselas
como herencia a su joven esposa y a su bebé
que no alcanzó a conocer¨.
Éste no ha sido el único
caso conmovedor para María Clara, también
ha atendido niños e incluso bebés:
“no es que un caso sea más o menos
conmovedor que el otro, pues de hecho estas circunstancias
son muy difíciles de sobrellevar. Pero
con los niños sí es un caso diferente,
ya que ellos poseen una inocencia muy linda y
la fantasía hace parte de su mundo”.
Después de relatarme esto,
ella mira con un gesto de satisfacción
y afirma:
“es muy reconfortante cuando me tocan pacientes
que se recuperan, como aquellos que tienen la
posibilidad de un transplante de médula
ósea o aquellos quienes únicamente
necesitan quimioterapia y luego se recuperan.
Como también me ha tocado personas que
han llegado en un estado muy lamentable e incluso
hasta sufrir muerte clínica, pero después
se recuperan milagrosamente. En esta profesión
es donde uno se da cuenta de que los milagros
sí existen y que aunque la medicina está
muy avanzada, todo queda finalmente en manos de
Dios, y como dicen por ahí: ”Nadie
muere en la víspera”.
“Yo llevo cinco años
como enfermera; al principio es muy duro, pero
de todas formas aunque uno se acostumbra a vivir
con la muerte al lado, uno se encariña
mucho con los pacientes y quisiera que salieran
bien librados; pero no siempre es así”.
A pesar de todas las historias
y enfermos que María Clara ha conocido
a lo largo de su carrera, continúa trabajando
orgullosa de su labor y afirma que seguirá
brindando esa sonrisa diariamente a quien lo necesite,
hasta que Dios se lo permita.


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