QUISIERA QUE LA SONRISA FUERA UN “VIRUS” QUE CONTAGIARA A TODO EL MUNDO 

Los años no se le ven, y eso que ya supera el medio siglo. Siempre lleva una moña para recoger su cabello rebelde y rizado. Sus palmas trajinadas son increíblemente blancas, que se mezclan sutilmente con su piel tostada. La mirada tan  diáfana y serena  que produce una paz que inspira confianza. Rellenita, porque come bien y pausada, porque lleva la vida sin afanes.

Con un gesto alegre y sonriente, María Reina Hurtado recorre limpiando los pasillos de la Funlam, sin dejar de pensar en las prioridades de su vida: sus hijas y Dios.

Algunos pocos la reconocen por su nombre, pero para muchos es la morena de dientes grandes y aperlados, que con una sonrisa contagia a los que circulan por los pisos 2 y 3 del primer bloque  de  la Funlam, lugar donde labora.

“Me gusta cantar como un loro mojado, cuando realizó mi labor”, afirma jocosamente, “porque si uno no disfruta su trabajo entonces  no hace las cosas bien y con ganas”, concluye.

Cabeza de hogar, como tantas mujeres de su raza, parió con orgullo cuatro hijas, que hoy son su tesoro y razón de ser.

Su vida parece simple, sin asomos de tecnología ni placeres contemporáneos. Se quedó anclada en un pasado que la envuelve y la hace feliz. Trabaja, reza y canta en el coro de su iglesia, para qué más. Pareciera tan cotidiana y rutinaria, pero no es así. Cada amanecer le trae sorpresas, esas que te regala la vida universitaria; los estudiantes, sus amigas “colegas” y los empleados a quien sirve con cariño, son el mundo que alimenta su estadía laboral.

De pocas palabras y con refranes certeros, esta mujer que lleva nombres de realeza: María  Reina, se define como  una mujer sencilla, humilde y efusiva, repartiendo sonrisas, sin tapujos y penas. Como bien lo afirma “reír, un “virus” que debería tener todo el mundo”.

Fecga de emisión: viernes 29 de abril de 2011
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